Seguimos persiguiendo las huellas históricas de nuestra organización con la voluntad de que esa experiencia no se pierda, y vamos a Madrid para conocer a la compañera Carmen Triviño.
Llega acompañada porque apenas ve, pero en cuanto cruza la puerta del local, suelta el bastón y se mueve con total seguridad, como lo hace en los espacios que conoce.
Carmen entró con 14 años de aprendiza en un taller de sastrería a pesar de que ya entonces tenía dificultades de visión. “En los talleres pequeños de costura, estábamos sin seguridad social ni nada; yo ganaba 250 pesetas trabajando todas las horas que se terciaran”, recuerda.” Yo cargaba con una especie de cesta o hatillo donde llevaba las americanas y las entregaba en las distintas tiendas”.
En 1969 cambió y entró en Cortefiel a coser cuellos. Hija de una familia humilde, siempre tuvo que trabajar para subsistir. “Mi padre fue republicano, rojo, y estuvo condenado a muerte, aunque por la presión de la familia se logró su absolución”, nos explica orgullosa, y añade: “Mi madre fue vendedora de periódicos en la puerta del Sol”, “Yo, hubiera preferido entrar en Standar porque se ganaba más y estaban más organizados, el metal era más peleón”, nos dice, “pero no fue posible”.
Carmen, llegó al sindicalismo desde la militancia política; nada más entrar en Cortefiel pidió hablar con la gente del PCE y se vinculó.
Entró en el Hogar del Trabajo junto a otros jóvenes que “tenían latente el sentido de clase” y empezó a ir a manifestaciones, en aquellos años todas ilegales y duramente reprimidas (lo que llamaban “saltos”, que consistían en que, cuando la policía disolvía la manifestación, se distribuían por grupos y continuaban con la protesta). Se levantaba a las seis de la mañana para tirar propaganda, diciendo en casa que tenía que entrar antes a trabajar. Su madre le dijo a su padre que la regañara, que se estaba metiendo en líos, a lo que el padre respondió: “Si no podemos mantenerla, ha de trabajar, así que también ha de defender sus derechos”.
Por aquel entonces, ya se estaban constituyendo las comisiones de fábrica en casi todas partes, que luego se reunían por sectores. Las trabajadoras de Cortefiel se reunían en un parque y pensaban en cómo podían llegar a las compañeras. La tarea no era fácil en un sector feminizado; la mayoría eran mujeres solteras que a menudo debían enfrentarse a padres, novios, encargados… También hacían octavillas y pegatinas pidiendo la reducción de jornada (trabajaban 48h, de lunes a sábado), subidas salariales y mejores condiciones laborales. “Las octavillas las llevábamos metidas en la tripa y las metíamos en el papel higiénico”, nos explica, “era una forma de llegar a todas las trabajadoras”.
Rosa, que nos acompaña en la charla, añade:” Carmencita, varios años después, el baño seguía teniendo la misma importancia, todo se hablaba en el baño, era un punto de organización”.
A Carmen la pillaron, porque alguna compañera la delató. Ella era consciente de que siempre la seguían, pero no podía evitarlo. El trabajo que se hizo en la clandestinidad fue mucho y todas las mujeres, incluso las delatoras, acabaron reconociendo y respetando su trabajo y hasta llegaron a ser sus amigas.
En el 73 la detuvo la policía por ir con conocidos miembros de CCOO y sufrió las torturas de Billy el Niño.
La despidieron de Cortefiel y empezó a trabajar en talleres pequeños de donde también la fueron despidiendo tras cada nueva detención. “Entre despido y despido, si no encontraba fábrica, me ponía a limpiar. Por suerte, en los talleres pequeños no miraban los antecedentes, en los grandes, sí”. Trabajó también en Zafiro, “mi mejor trabajo” nos dice, “empaquetando discos y haciendo pedidos”.
Diez años después, gracias a la ley de amnistía, volvió a Cortefiel, siendo la primera mujer readmitida en el sector del textil, al amparo de esa ley. La destinaron primero al economato y luego a la fábrica.
Se convocaron elecciones sindicales y Carmen se presentó por UGT, pero abandonó ese sindicato porque firmaron una reducción de jornada sin compensación salarial que restaba fuerza a las personas trabajadoras. Nos explica cómo todo el mundo luchaba. Entonces las organizaciones eran importantes y también el momento histórico, pero “lo doloroso fue que, en lugar de aprovechar ese momento, acabaron firmando pactos de manera vergonzosa”.
La clave de la lucha sindical fueron los logros que se conseguían día a día. “Que el textil se uniera fue muy importante, costó mucho; no era como el metal y la construcción, que peleaban mucho”.
Más adelante, las grandes empresas del sector empezaron a fragmentarse: El Corte Inglés se dividió en talleres pequeños; Cortefiel de Madrid y Málaga trasladaron la confección a Marruecos, y más tarde a China, iniciando así el desmantelamiento del sector en España. En ese contexto, muchas mujeres que abanderaban la lucha en el textil y en la química se pasan al sector de la limpieza o abandonaron el mercado laboral. “Muchas mujeres salen para que entre el marido”, proceso que relegó a las mujeres a una situación de dependencia y de pérdida de derechos.
“Y con el desmantelamiento de las grandes empresas se fue también el sentimiento de clase, y aún hoy, nos mantienen dispersos”. Esa es su gran preocupación actual, algo que no cesa de repetir durante toda la entrevista.
Carmen se emparejó y tuvo hijos muy tarde, en un momento en el que ya no militaba, por lo que no tuvo grandes dificultades de conciliación. Su compromiso y convicción de la necesidad de estar organizada, la llevó a sumarse a la organización de mujeres de su pueblo, Clara Campoamor, manteniendo siempre su actitud solidaria con las mujeres y todas las luchas vecinales, como la incineradora o la Cañada Real.
Tras un progresivo empeoramiento de los problemas de visión, le concedieron la incapacidad laboral en 1987 y, con mucho pesar, tuvo que abandonar la fábrica.
Pero Carmen sigue activa. Es una mujer comprometida con las luchas de cada momento, no falta a ninguna manifestación y opina con criterio e información sobre todas las causas que defiende la clase obrera. “Hoy -nos dice- el mayor reto es recuperar el sentimiento de clase; se habla de sociedad, pero no de clase; hay que recuperarlo, somos clase obrera y esto –continúa– ningún sindicato grande lo hace, solo luchan por sus pactitos”.
Le preguntamos qué mensaje quiere transmitir y rápidamente responde que los derechos hay que defenderlos. Insiste en que, aunque a veces haya que vencer el miedo, no podemos dejar de reivindicar lo que es justo, debemos defendernos como clase y buscar la unidad sindical, “pero bajo unos términos”.
Nuestra compañera señala la educación como problema y como solución: “La educación capitalista ha fomentado esta dispersión. Este gobierno solo genera desgana y desconfianza. Se va perdiendo salario y ganando desencanto. Tiene que haber un cambio, miremos en qué condiciones está el bienestar social, todo en manos privadas, gente desahuciada y que no tiene para vivir; hay que luchar por una educación obrera y de clase. Estamos explotadas, oprimidas y hemos de educarnos para avanzar”.
A sus 77 años, Carmen sigue hoy como empezó, abordando su compromiso sindical (en co.bas) desde su militancia política (en Corriente Roja).
Nos despedimos de Carmen, una mujer menuda de estatura, pero grande en experiencia, en vivencias y firme en sus principios. ¡Un orgullo tenerte cerca!